11 abril, 2016

1986: EL AÑO EN QUE LOS CÓMICS MADURARON

Por Rodrigo Vidal Tamayo R.


La década de los 80 fue un parteaguas en el cómic estadounidense, ya que la experimentación, la irreverencia y la aceptación de influencias de la década anterior por fin rindieron los frutos esperados y permitieron la consolidación y aceptación de un medio antes denostado por la crítica. 

1986 fue el annus mirabilis donde el mundo se sorprendió con algunos de los mejores cómics de superhéroes, se indignó con unos ratones judíos y aceptó la aparición de nuevas editoriales. Pero lo más importante fue que por fin se dejaron atrás los complejos que trajo el Comics Code y se permitió una libertad creativa que no se ha vuelto a ver desde entonces, al menos en las dos grandes editoriales comerciales de cómics. 


Para los posmodernistas, los años 80 fueron donde todo se fue al carajo: la generación X invadió la cultura y con ello se redujeron los estándares artísticos; el desorden social y la anarquía permitieron el resurgimiento de regímenes totalitarios disfrazados de democracia (Reagan en EU y Thatcher en el Reino Unido); la caída de regímenes militares representó un momento de libertad para Latinoamérica; los sueños de conquistar el espacio se vieron destruidos por la explosión del transbordador espacial Challenger, un duro golpe del que la NASA apenas parece recobrarse, y que junto con la explosión de la central nuclear de Chernobyl en Ucrania, llenaron al gran público de terrores respecto a la tecnología; en México salíamos del terremoto del 85 y celebrábamos la que tal vez haya sido la última gran copa mundial de fútbol, donde el argentino Maradona demostró que efectivamente Dios existe. 


Todo lo anterior ocurría mientras los comiqueros mexicanos pasaban las de Caín viendo cómo el gigante Novaro desaparecía, dejando un vacío de cómic de licencia que títulos nacionales como Karmatrón eran incapaces de rellenar. No es de extrañar que los sensacionales y las antologías humorísticas se adueñaran de los puestos de revistas al no existir otra alternativa (salvo el sempiterno Spider-Man) para satisfacer el hambre por las viñetas, ajenos a lo que sucedía en el norteño vecino. 

Los dos grandes sellos de cómics venían saliendo de gigantescos crossovers, donde propusieron cambios a sus direcciones editoriales. En el caso de DC recordemos que dos años antes tuvo problemas financieros y que, aunados a un desdén de su compañía madre, casi terminó vendiendo sus personajes a Marvel, por lo que en 1985 se planeó revitalizar a la compañía y cambiar su enfoque de ventas tras publicar Crisis on Infinite Earths, maxiserie que pretendía poner orden a su continuidad y reiniciar las cosas desde cero, pero la sensatez mercadotécnica (¿o simple cobardía?) impidió hacerlo de manera completa. Sólo algunos títulos reiniciaron o cambiaron de giro, mientras que otros continuaron como si nada (sí, The New 52 fueron todo, menos nuevos). 


En este ambiente, la editorial apostó por un comprobadísimo John Byrne, quien venía de escribir Uncanny X-Men y Fantastic Four con míticas corridas, para relanzar Superman, adecuando el título a los tiempos que corrían. En una miniserie de seis números, titulada Man of Steel, Byrne no sólo actualizó al personaje, sino que lo hizo relevante para las décadas postreras.

Al lanzar el primer número de Superman: Man of Steel con dos portadas diferentes, DC originó al monstruo de las portadas variantes. En la miniserie se restableció el origen del personaje, eliminando todo aquello que Byrne consideró ridículo o de bulto: adiós a la superfamilia, supermascotas, e incluso se despidió de Superboy, borrándolo de la historia y diciendo que Superman comenzó su carrera siendo adulto, lo que en cierta forma justificaba que usara sus poderes de forma correcta.


Y al reinventar también a los villanos, Superman tenía amenazas acorde con sus poderes, que se limitaban a los originales: nada de superventriloquismo o superinteligencia. El caso de Lex Luthor fue especial, pues pasó a ser un ejecutivo ambicioso y sin escrúpulos, que utilizaba su inteligencia para hacer el mal a través de sus empresas, cuidándose de no dejar rastro, cuyo poder político dificultaba que Superman le echara el guante. Fue una inteligente manera de demostrar que de nada sirve tener superpoderes cuando peleas contra el sistema, lo que dotó a las historias de una profundidad sin precedentes.


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